Más de la mitad de la población rusa añora el gigante soviético y la efigie de Stalin luce orgullosa en las manifestaciones de Moscú. Dos expertos nos explican este sentimiento.

“No podemos tratar de entender esa nostalgia desde un punto de vista occidental. Para ellos, 1991 fue el año en que todo se derrumbó, el país se partió en 15 trozos y no existía una crisis sostenida como para que la población en general lo viese venir. A pesar de tener que salir de Afganistán y de las reformas emprendidas por Gorvachev, nada hacía advertir que caería, prácticamente, de un día para otro. Fue un shock bestial del que han tardado muchísimo tiempo en recuperarse. Es una cicatriz”, explica Blas Moreno, codirector y analista de la web especializada en política internacional El Orden Mundial.

El domingo 17 de marzo de 1991, hace ya 28 años, se celebró el primer y único referéndum en la historia de la URSS: “¿Considera necesario preservar la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como una federación renovada de repúblicas soberanas iguales en la que serán garantizados plenamente los derechos y la libertad de un individuo de cualquier nacionalidad?”. Votaron casi 150 millones de personas y resultó vencedor el sí por un 77 %. Un día 11 también de marzo pero del año anterior el presidente Vytautas Landsbergis proclamó la independencia de Lituania. Aunque la última línea del último capítulo fue leída el día de Navidad de 1991, aquel día la Unión Soviética quedó tocada de muerte. Si una sola de las quince repúblicas era capaz de romper la pétrea argamasa que desde 1922 sostuvo el régimen socialista, era solo cuestión de meses que se desmoronase por completo aquel gigante tocado que era la URSS. Hoy lo sabemos. Entonces no todos lo previeron. El ascenso al poder de Mijaíl Gorbachev, elegido en 1990 (de nuevo en marzo) presidente de la URSS y pretendido como un último intento de reconducción mediante una serie de profundas reformas económicas y políticas, no fue suficiente. Así, fue el propio Gorbachev quien leyó un discurso histórico en televisión anunciando la caída del coloso. Y con la desaparición de la Unión Soviética desapareció un modo de vida que hoy la mayoría de rusos echa de menos.

© Andrei Nikerichev / Moskva News Agency

El sentimiento de pertenecer a una gran nación

Rusia es el país más extenso del mundo y sus recursos naturales son casi ilimitados. Unido esto a un ejército muy poderoso y la disuasión que conlleva poseer armas nucleares, en el inconsciente de la población rusa anida el sueño imperial que conocieron con los zares y se mantuvo con la URSS. Las condiciones eran completamente distintas, pero el sentimiento de pertenencia a una gran nación permaneció. Hoy, vuelve a latir. El pasado mes de diciembre, el Centro Analítico Yuri Levada, entidad sociológica independiente, publicaba su sondeo anual: el número de rusos que lamentan la disolución de la URSS es del 66 %, cifra máxima desde 2005, que registró un punto menos.

La cifra récord se alcanzó en el año 2000, el 75 %, y en los últimos 13 años no ha ido disminuyendo sino que incluso parece repuntar: el porcentaje aumenta entre los jóvenes de 18 a 24 años, personas que jamás conocieron el régimen socialista pero que lo han romantizado. En todo caso, son los mayores de 55 quienes más lamentan la desaparición del gigante soviético, señala Denis Volkov, sociólogo del Centro Levada, esto es, el porcentaje se dispara entre las personas que nacieron y vivieron bajo el paraguas de la URSS.

Desde que Vladimir Putin regresó a la presidencia en 2012, la tendencia no ha dejado de ir al alza. Quizá tenga relación que el presidente es proclive a emular algunos de los rasgos característicos de sus predecesores: primero, que tras Josef Stalin –muerto también en marzo, en 1953– es el mandatario que más tiempo lleva en el poder desde la Revolución de 1917; segundo, que desde su primera legislatura ha nacionalizado compañías mediante la expropiación a oligarcas rebeldes con las políticas del Kremlin –Putin acumula más poder que ninguno de sus homólogos en Occidente– y tercero, la anexión de Crimea y Sebastopol (2014) puede ser entendida como un guiño a la Gran Rusia con que muchos sueñan como alternativa a la desaparecida URSS, cuya caída fue calificada por el propio Putin como “el mayor desastre del siglo XX”. Desde 2014, año de la anexión, el porcentaje de nostálgicos comenzó a ascender y Putin, cuyo mandato no podrá prolongarse más allá de 2024, tiene muchos planes en mente.

Para tranquilidad del bloque capitalista, explica Blas Moreno, no existe una decisión expansionista con ánimo de recuperar las repúblicas y resucitar a Stalin: “Se trata más de una nostalgia emocional que una ambición política. No es que pretendan anexionarse territorios de nuevo; Crimea es una región que siempre ha sido rusa, lo es casi toda la población y fue anexionada incruentamente.

Los rusos quieren que alguien se ocupe de su economía, que su país vaya bien, no conquistar territorios”. Moreno nos anima a echar un vistazo a un estudio del Pew Research, cuyos resultados son muy similares a los del Centro Levada y añade que Stalin goza de más popularidad en Rusia que Mijaíl Gorbachev.

El modelo económico soviético

Daniel Estulin es hoy un escritor que alcanzó la fama mundial como divulgador de los secretos del Club Bilderberg, si bien ha escrito muchas otras obras que abarcan complejos análisis del panorama geoestratégico mundial, entre las últimas, La trastienda de Trump y Fuera de control, sobre la creación y auge del ISIS (ambos en Planeta). Estulin es excoronel de contrainteligencia militar ruso y doctor en Inteligencia Conceptual.

Nació en la ciudad lituana de Vilnus cuando Lituania era una de las repúblicas soviéticas y así se siente. Soviético y ruso. Pocos mejor que él para explicarnos lo que sus compatriotas sienten: “Entre 1944 y 1991 existieron dos modelos económicos, el occidental capitalista y de Occidente y el soviético socialista de la URSS y sus satélites. Coexistían bastante bien en ciertas cosas; la calidad de vida era mejor en el capitalista pero el socialista era mucho mejor en elementos como educación, sanidad y vivienda gratuitos, no pagar impuestos y universidades de primer nivel también gratuitas. Fíjate lo que pagan los norteamericanos por asistir a la universidad. También es cierto que había necesidad y que no podías acceder a las variedades de queso, pongo por ejemplo, que encuentras en una tienda gourmet en occidente. A nivel demográfico había una paridad: 300 millones de soviéticos por 220 en EEUU. Al extinguirse el modelo de la URSS, el liberal-banquero-financiero conquistó el que fuese territorio soviético y así logró extender su vigencia unos 25 años más. Ahora, también toca a su fin. Es un modelo muerto”.

La izquierda conservadora

No solamente existe una mayoría rusa que siente nostalgia por la URSS. La sienten por el propio Josef Stalin: “Todas las encuestas recogen que en 1991 la popularidad de Stalin era del 30 % y ahora supera el 80. Los ciudadanos exsoviéticos han comprobado en sus propias carnes en qué consiste creer en Occidente: destrozo moral, empobrecimiento generalizado y robo de recursos naturales para el enriquecimiento de una oligarquía. Si la democracia es el control de la sociedad por los demócratas, en el liberalismo el control lo ejercen los banqueros. A nivel mundial, esa élite cree que la sociedad debe trabajar para ellos. Este fenómeno no ocurre solo en Rusia. Desde Francia con los chalecos amarillos a EEUU, donde sale cada vez más gente a la calle. La gente está pidiendo a gritos que los burócratas se responsabilicen a título personal. La añoranza de la URSS se debe a eso: la gente entiende que es una sociedad más justa, con menos bienes, pero mayor ética. Así, si la mayor parte de la población añora aquel tiempo es porque la gente está harta de las injusticias diarias. Esa es una de las razones por las que las élites occidentales denostan a Rusia, por el giro al conservadurismo de izquierdas: en la historia solo ha habido un país en que ha imperado ese modelo, la URSS”.


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FUENTE: Vanity Fair¿Por qué muchos rusos lamentan la caída de la URSS?

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